Pentecostés a menudo se dice que es el cumpleaños de la Iglesia. Esto se debe a que la venida del Espíritu Santo transformó a los Apóstoles de ser un grupo de seguidores de Cristo a ser el Cuerpo Místico de Cristo, la presencia viva de Cristo en el mundo. Hay tres señales que nos ayudan a entender la obra del Espíritu Santo en nuestras vidas.
El relato bíblico del primer Pentecostés (en Hechos 2:1-11) nos dice que la venida del Espíritu Santo fue como una violenta ráfaga de viento que lleno toda la casa donde estaban reunidos. El viento es invisible, como el Espíritu Santo; no vemos el viento, pero vemos y sentimos sus efectos. Lo mismo pasa con el Espíritu Santo. Además, podríamos decir que el viento era como el soplo del mismo Dios. (De hecho, la palabra en latín para aliento es spiritus).
Los Hechos de los Apóstoles nos cuentan que aparecieron lenguas de fuego y se posaron sobre cada uno de los Apóstoles. El fuego nos muestra el calor del amor y la luz de la fe; estos son dos aspectos importantes de la vida y obra del Espíritu Santo en nosotros.
Una tercera señal del Espíritu Santo se encuentra en los relatos evangélicos del bautismo de Cristo. Nos dicen que el Espíritu Santo se apareció sobre Cristo en forma de paloma. La paloma es un signo de paz; una de las señales más claras de que estamos siendo guiados por el Espíritu Santo es que tenemos verdadera paz interior.
Hoy nos regocijamos en saber que hay muchas formas en que el Espíritu de Dios, invisible pero infinitamente poderoso, obra en nosotros y a nuestras vidas. Que todo lo que hagamos sea guiado por el Espíritu Santo, que es el aliento de vida de Dios mismo.
Con Agradecimiento,
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